¿Qué paso por la cabeza del Dr Bonard ?

El Dr. Bonard era un francés trabajador y honrado. Gracias a eso, pudo años atrás, después de haber realizado con muchas fatigas su grado en Odontología, abrir una pequeña consulta con un solo equipo y una higienista que le ayudaba. Con toda la modestia del mundo pero con ímpetu, ganas de trabajar y hacerlo bien. De este modo, con dedicación, asistiendo a todos los congresos que pudo, realizando algún que otro postgrado de forma discontinua con el fin de poder seguir trabajando, consiguió ampliar su formación y logró ir superando las dificultades iniciales, hacer frente a los pagos, a los impuestos. Era primordial para él el uso de buenos materiales. Imaginaba cada vez que trataba a un paciente que ese era su padre o su madre, o incluso él mismo. De este modo le quedaba claro que, por una parte, solo los mejores materiales eran dignos de pasar por sus manos para acabar en la boca de sus pacientes, y por otra, solo las mejores técnicas, las más depuradas y contrastadas, aprendidas en los múltiples cursos, congresos o foros que versaran sobre temas que le interesaban y que podían ampliar sus horizontes, debían ser aplicadas.

Un sábado invitó al Dr. José García a comer. Era amigo suyo desde que años atrás, se conocieron en un congreso en Barcelona. Desde entonces se habían visto en otros congresos, e incluso, habían pasado algunos días de vacaciones juntos con sus familias. Aquel día, García había terminado un congreso que versaba sobre oclusión en Lyon, precisamente la ciudad de Bonard, y como no podía ser de otra forma, el francés invitó a su colega y amigo español a una comida en su casa, regada con vino de Burdeos, y colmada con unos dulces y unas copitas de champagne. Durante la misma, los dos estuvieron hablando de temas variados, aunque la Odontología terminó siendo el centro de la conversación. Al final, con el fin de estar más cómodos pasaron a tomar café a un cómodo salón en el que, sentados en amplios sillones, degustaron también unas gotas de cognac. Llegado un momento en el que Bonard estaba hablando y hablando, García se durmió. Justo en ese momento llegó una visita inesperada. Era Chantal, la higienista con quien tantos años había compartido interminables horas de trabajo. Llegaba un poco exaltada.

-¿Qué pasa Chantal? ¿A qué debo el honor de tu visita?

-Doctor, acabo de ver algo inaudito. Monsieur Mangard Patedufoie, aquel hombre que tenía un taller de fontanería en la esquina acaba de abrir una clínica dental de tres plantas justo al lado de donde nosotros estamos.

-¿Cómo? ¿Qué me dices? ¡Eso no es posible!

-Lo es. Y no solo eso, hay un cartel enorme en la puerta en el que anuncia implantes al mismo precio que cuesta cambiar una tapa de bidet.

-¡Increíble!

-Y además pone que si te hacen dos empastes te regalan otro.

-¡Inaudito! Pero ¿y si solo necesitas uno?

-Entonces te cambia un grifo gratis.

-Esto es una broma ¿no?

-En absoluto doctor. Dice además que te subvenciona los tratamientos porque es un hombre que tiene el corazón muy grande, pero lo bien cierto es que la portera me acaba de enseñar un presupuesto y lo que hace es hinchar los tratamientos y después de la subvención quedan más o menos igual.

-¡Creo que me va a dar algo! ¿Regalan algo más?

-Sí. Te hacen radiografías gratis.

-¿Aunque no te hagan falta?

-Dice que da igual, que para eso es un regalo.

-¿Y de las compañías de seguros?

-De eso ni hablamos.

En ese momento, ante la enorme agitación, casi rayando en convulsión en la que se encontraba Bonard, este notó que alguien le 2828daba un cachete en el cogote.

-¡Bonard! ¡Bonard! ¡Despierta!

-¡Mon Dieu! ¿Dónde está Patedufoie? ¡Que alguien llame a los gendarmes!

-Tranquilízate viejo amigo, te has dormido y has tenido una pesadilla.

Después de tomarse una buena copa de Cognac, Bonard se tranquilizó y contó su pesadilla a García, quien con voz tranquilizadora le contestó.

-Solo fue un mal sueño querido amigo, afortunadamente eso no puede ocurrir en ningún país de la civilizada Europa.


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