¡Mamá quiero ser dentista! por César Cuñat

Parece que fue ayer cuando esperábamos el beneplácito del Dr. Labaig para poder incorporarnos al mercado laboral. De eso ha pasado la friolera de 16 años, y el recuerdo de la ilusión por rematar 18 de preparación.
La primera llamada que hice nada más enterarme de la última nota (Integral del adulto) no fue a mi madre, sino a mi padre. Y aún recuerdo que de la alegría tuvo que sentarse en un banco de la Plaza del Ayuntamiento de Valencia, le temblaban las piernas de la emoción. Después vinieron años de conjugar trabajo con formación en posgrados, cursos y doctorado. La ilusión nunca se pierde pero las ganas poco a poco se van minando.

El otro día leí un artículo de Miguel A. Cubero que hacía referencia a una publicación de Mental Health Daily en la que se recogía qué profesiones tenían mayor tasa de suicidios y pese a lo que pudiéramos pensar las cotas más altas estaban en profesiones de la salud, y curiosamente la Odontología figuraba en un segundo puesto con un 1,67% de suicidios. Deshonroso subcampeonato.

En él se describía que los altos costes de materiales durante el pregrado, así como los postgrados eran un lujo y una presión extra por no fracasar.
Una vez dentro del mercado laboral, los profesionales ven que sus honorarios cada vez son menores, y sus jornadas más largas. Al ser un área en constante evolución obliga a una formación continuada tanto de fines de semana como en horario nocturno de días laborables con lo que el tiempo libre para mantener la mente despejada se va reduciendo.

Sin embargo, a mi parecer, lo que más va minando la moral del profesional es la lucha diaria con los pacientes. Los hay de diferentes psiques.
Los agradecidos, los que te valoran el trabajo, no se quejan de esperar y que por desgracia son los menos, son los que te mantienen con ilusión.
Los cansinos, los que no les parece nada bien, los que no les gusta esperar y ya entran preguntando si vas con retraso y te advierten que van con prisa (siempre van con prisas), los indecisos en la estética, los morosos.
Aunque con diferencia los que más inoportunan son los que vienen a la consulta como el que va a comprar unas pilas. Te plantan un presupuesto, en papel o de viva voz, y te piden que se lo iguales para hacérselo contigo. No valoran la calidad, ni la dedicación o el trato. Respeto cero, les da igual todo sólo miran precio, como si no hubiesen más variables a valorar. Hay que tener mucha paciencia en ocasiones.

Pero el campo de minas no termina ahí, aún tenemos más motivos para el desánimo.
Cada vez existen más universidades que gradúan a odontólogos. Sin control alguno ni criterio social basado en las necesidades de la población. Todo es negocio, y desde luego  viven de ello mientras el Gobierno lo ampara  bajo el principio de que es el mercado el que lo regula todo.
Por ello, la oferta de odontólogos supera por goleada a la demanda, lo que provoca una guerra de precios que roza ya lo indignante. Todo vale por tener trabajo, y habiendo materiales de todos los precios y calidades el cóctel está servido. Pero no olvidemos que no vendemos pantalones sino que la salud de las personas está en nuestras manos.
Las clínicas low cost han venido, y me temo que para quedarse un largo tiempo. Los hay con un gran corazón, profesionales de hinchar el precio para luego hacer descuentos a cargo de subvenciones propias. Roza lo delirante. Al Icoev ha venido gente que ha trabajado en estas clínicas y verdaderamente se te ponen los pelos de punta al escuchar el cómo se puede mercadear con la salud de las personas. Uso de materiales de coste inverosímil, trato vejatorio a los pacientes, policía día sí y día también por las denuncias, gente que le tallan una arcada y se pasan 5-6 meses llamando para que les tomen impresiones, recepcionistas que están 3 meses de media porque no aguantan la presión de tanta reclamación….

Ante este panorama, pocas opciones nos quedan más que intentar ser lo más honestos posible con los pacientes, esmerarnos en nuestros tratamientos, estar al día en técnicas y materiales destinando por obligación un porcentaje de nuestras ganancias en formación.
También deberíamos aprender el no llevarnos los problemas de la consulta a casa, dedicarle a la profesión las horas justas como para prosperar y ganarnos la vida, sin desatender a la familia y nuestro propio ocio.
En esta vida estamos de paso, y el Carpe Diem con conocimiento es lo que nos llevaremos al más allá. Voy a ver si prodigo con el ejemplo que yo soy de los que más fallo.

En fin, esperemos que esta profesión no nos atrape más, ni nos altere mentalmente. Que la estadística de suicidio cada vez nos sitúe en una posición más baja sólo depende de nosotros, de lo que realmente queramos que sea nuestra vida, de lo que dejemos que nos afecte el trabajo.
No perdamos la ilusión con la que empezamos a trabajar, y no olvidemos que nunca nadie nos dijo que fuera fácil.


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